Llegó Diciembre: la Navidad,
el frío y… las notas escolares. Diciembre es tiempo de calificaciones y todos
los años las notas vuelven a casa por Navidad. La evaluación sigue marcando los ritmos en
nuestras escuelas. Dividimos los tiempos escolares en evaluaciones. Llegó la
primera evaluación: 19 de diciembre de 2014.
Junto a villancicos y turrones, llegan las notas, los exámenes, los
controles, los trabajos,…para los alumnos, claro. Porque la evaluación llega
sólo para ellos, nuestros alumnos. La evaluación de los profesores y los
centros escolares puede esperar….de aquí a la eternidad, incluso.
Y con los primeros
villancicos, los docentes nos enfrentamos
a la tarea (compleja y controvertida tarea)
de plasmar en un papel, a través de un número, el progreso de cada
alumno/a, los avances y logros conseguidos, las dificultades encontradas. En el
mejor de los casos, incluiremos, junto a ese suficiente o notable, algunas
valoraciones sobre el rendimiento del alumno o algún consejillo junto a un
entrañable “Feliz Navidad”.
Los alumnos y las familias
esperías ansiosamente y con nervios “el gran día”: la entrega de las
calificaciones. Alegría, felicitaciones
y fiesta o, bien, castigo, enfados y reproches. Esas serán las consecuencias
del día D, hora H. Y es que las notas se
han convertido, desde siempre, en un momento decisivo en la percepción que tenemos
del sistema educativo y en referencia para valorar si los niños y niñas “van
bien” en la escuela.
Y es curioso, que siendo la escuela uno de los lugares donde
más se evalúa y califica, sea uno de los sitios donde menos se cambia o se
cambia más lentamente. Pensad en un
cirujano de hace 60 o 70 años que quisiera volver a ejercer. Los avances
científicos, médicos y tecnológicos se lo impedirían. ¿Y si un profesor
volviera a dar clase, tras esos 70 años? Podría empezar como dijo Fray Luis de
León tras sus años de ausencia, con su… “Decíamos
ayer…”, las clases no han cambiado mucho y podría ejercer en nuestras
escuelas sin mucha dificultad. ¿Esto no nos hace recapacitar sobre qué sucede
en nuestras aulas?
La evaluación tal y como la realizamos deja al
descubierto muchas preguntas ante las
dificultades de tipo técnico y, sobre todo, de tipo ético.
Normalmente los profesores
utilizamos controles, exámenes, salir a la pizarra, observación, revisión de
cuadernos…aunque el principal instrumento es la realización de controles o
pruebas escritas. Todos, a buen seguro, nos
consideramos justos y ecuánimes a la hora de evaluar. Las notas son una
estrategia fuertemente institucionalizada que resulta difícil desplazar por
otros procedimientos.
De hecho hay docentes y
escuelas que llevan a cabo experiencias innovadoras referidas a contenidos,
metodología, organización del aula,… pero cuando llega el momento de
evaluar....volvemos al “separar las
mesas, no podéis hablar, tenéis 45 minutos, silencio”. La vida del aula se ve transformada cuando llega la evaluación:
cada alumno en su lugar, el silencio imperante, el nerviosismo, las dudas, la
negación de cualquier movimiento o conducta que pudiera resultar sospechoso; el
miedo. Las evaluaciones son vividas con miedo, con preocupación y con
nerviosismo. Es, supuestamente, el
momento clave donde nuestros alumnos van a demostrar “lo que saben” y lo que marcará,
para bien o para mal, buena parte de su futuro.
¿Para
qué evaluar?
¿Y todo esto para qué? En
primer lugar, para clasificar al
alumnado. Las notas cumplen una función de selección y clasificación entre
“buenos” y “malos” alumnos, en cierto modo, entre “vencedores” y “perdedores”
porque para ser el mejor o el primero de la clase, alguien debe ser el último o
el peor. Seguimos etiquetando a los alumnos con respecto a su grupo y así son
notables o sobresalientes. Sirven para promocionar a los que “valen” para
estudiar y los que no. Incluso cuando
intentas no caer en esa tentación te encuentras con la incomprensión de muchas familias. Quizá tú mismo, que lees estas líneas. Aunque quizá no te hayas parado a reflexionar sobre las notas escolares. Te invito a continuar y compatir esta reflexión juntos.
Clasificar se ha convertido en
una demanda social. Es la manera de
saber “cómo va” tu hijo. ¿Pero y ese notable
sería igual si el alumno estuviera en otro grupo? ¿Y con otro profesor? ¿Qué
información os aporta a unos padres o al mismo alumno que esté mejor o peor
que otros compañeros? ¿Reflejan realmente las notas el rendimiento de un niño
desde un punto de vista de su formación integral, que, en Primaria, es nuestra
meta educativa?
En primer lugar, habría que
ponerse de acuerdo en los términos: qué entendemos por “aprendizaje”, qué es
para nosotros el “rendimiento” y en qué consiste “evaluar”. Y no es tarea fácil.
¿Qué
evaluamos?
¿qué estamos evaluando? La
mayoría de los docentes programamos las unidades didácticas mediante contenidos
a enseñar o siguiendo las lecciones del libro o de la guía didáctica; así que,
probablemente, evaluemos contenidos. Ya sé que algunos dirán que evaluamos toda
clase de contenidos: conceptuales, procedimentales y actitudes y me hablarán de
los tipos de evaluación, etc., etc... Pero, seamos sinceros, al final los
controles miden lo que miden. Los
alumnos lo saben bien. Y los padres también. Lo que no se evalúa no tiene importancia. Lo que “entra”
en el examen es lo esencial. ¿Esos resultados serían así, de evaluar otras
cosas: capacidades o competencias? Quizá con nuestras decisiones sobre qué
evaluar estemos transmitiendo una idea del aprendizaje equivocada (que choca
frontalmente con las orientaciones que marca, por ejemplo, PISA), un
aprendizaje memorístico y repetitivo, donde el volcado del conocimiento
tal y como “dice” el libro de texto o
los apuntes del profesor, se valora como aprobado.
Las notas miden lo que miden.
Ni más ni menos. Miden los conocimientos
que los alumnos han adquirido en las distintas materias; pero aquellos
conocimientos que pueden medirse y que han querido medirse. Con objeto de garantizar dicha objetividad se limita
la evaluación a lo más fácilmente medible, evitando todo lo que pueda
dar lugar a respuestas imprecisas. Hay una parte importante en la
formación integral de un niño que no se mide con las notas: los planteamientos
cualitativas, necesariamente imprecisos, con que se abordan las situaciones
problemáticas, la invención de hipótesis, su capacidad de reflexión, su pensamiento
crítico, su creatividad, los valores sociales y personales, la sensibilidad
artística, su capacidad creadora, su originalidad, … No podemos seguir
considerando las notas como un fin. Todo el trabajo de un trimestre no puede
reducirse, ni terminarse con un número en un papel. La evaluación es el medio
para llegar al fin: el logro de los objetivos escolares. La evaluación nos ayuda a los profesores a mejorar el proceso de
enseñanza y debe ayudar al alumno a mejorar su proceso de aprendizaje: a
superar dificultades, a aplicar otras estrategias, a diseñar otro plan de
acción, a modificar su actividad.
No digo yo que aquella
evaluación no haya que hacerla. Incluso estos controles escritos pueden ser
positivos pero creo que debemos analizar su estructura, el modo de
presentación, el tipo de conocimiento que persigue…Unas preguntas que suelen
buscar un conocimiento lineal,
convergente y sobre todo, encapsulado en los contenidos del libro de texto o
del cuaderno. El conocimiento dista mucho de ser un conocimiento
fundamentado en la confrontación, el contraste, el análisis, y la reelaboración;
es un conocimiento automatizado,
edificado a partir de la repetición y la reproducción de esquemas establecidos. Claro que sí, la evaluación también incumbe
al aprovechamiento que el alumno realiza en el aula. Lo que digo es que ésa no
es la única finalidad y, desgraciadamente, en la práctica, suele serlo. De hecho, las únicas medidas que
se toman son darle ciertas recomendaciones a la familia como “tiene que estudiar más”, “no se esfuerza”,
“es un vago”, “no hace los deberes”, ..Si fuera así, qué fácil sería todo.
Pero creo que no lo es.
Podríamos
hablar también de la misma fiabilidad y validez de los instrumentos de
evaluación. La confección de una prueba o examen no es tan sencilla como parece
y exige conocimientos de estadística tanto para su elaboración como para su
corrección. Hay dudas más que razonables sobre la validez, fiabilidad y coherencia de
los exámenes o pruebas y si miden lo que dicen medir. La corrección,
igualmente, se realiza sin rúbricas de evaluación o indicadores de logro; tan
solo con la apreciación del profesor, casi “a ojo de buen cubero” o con
referencia al enunciado del libro de texto. Cada profesor establece sus propios criterios y procedimientos de
evaluación y tiene un nivel personal de exigencia. Algunos docentes usan las notas para intentar
regular la conducta de los alumnos, otros para sancionar, otros como supuesta
motivación para el esfuerzo,… Son numerosos los estudios que confirma la
subjetividad de la evaluación a pesar de utilizar estándares evaluables. ¿Qué parte de la nota corresponde
no al esfuerzo del alumno sino a otros
factores: el método de enseñanza utilizado, los recursos disponibles, los
contenidos escolares, el nivel de exigencia, las expectativas del profesor, la
confección de las pruebas, el tipo de evaluación realizada, la propia
definición de las metas educativas?
Por una parte, esos estudios muestran hasta qué punto
las valoraciones están sometidas a
amplísimos márgenes de incertidumbre y, por otra, hacen ver que la evaluación
constituye un instrumento que afecta muy decisivamente a aquello que pretende
medir; dicho de otro modo, los profesores no sólo nos equivocamos al calificar
sino que influimos decisivamente en las calificaciones: nuestras expectativas,
nuestras concepciones, nuestros métodos, nuestras decisiones sobre qué y cómo
enseñar y qué y cómo evaluar marcan también el rendimiento académico de los
alumnos.
¿Cuándo
evaluar?
No ya en qué momentos
del curso (ya, ya sé que la evaluación
es inicial, sumativa y final, continua, de diagnostico…bla, bla, bla…). Pero
seguimos dividiendo el curso escolar en evaluaciones con su correspondiente
entrega de boletines de calificaciones.
Hacer esto conlleva separar la evaluación de los procesos de aprendizaje
y situarla al final del camino, como rendición de cuentas exclusivamente. Hemos
confundido la “evaluación continua” (que ya establecía la Ley General del 70)
con “estar continuamente evaluando”. Además, ya desde pequeños podemos ver
alumnos de 6 o 7 años con exámenes calificados con notas, incluso con
decimales. Así lo indica nuestra nueva y brillante ley educativa y no parece que a las familias os provoque ningún problema.
La evaluación es el instrumento básico que
tiene el profesor para ayudar a sus alumnos, independientemente de cuándo
realice esa evaluación. Si queremos de verdad que la evaluación se integre en
el proceso de aprendizaje, hagámoslo. Dejemos de enfrentar a los alumnos a esas
situaciones de control, donde les sentamos solos delante de su hoja en la que
supuestamente demostrará sus conocimientos adquiridos. Seguimos separando los momentos de las tareas de enseñanza con el
momento de la evaluación.
Se
buscan resultados medibles y casi de forma inmediata. Tema explicado, tema
evaluado. Así, un trimestre puede convertirse en una colección de notas por
cada tema y esta estrategia condena a
los procesos de reflexión, análisis, interpretación, debate e investigación
(procesos de construcción de un pensamiento crítico y autónomo) a mantenerse en
situación de espera. El resultado: curriculums inmaculados y escasas
competencias.
La
evaluación: tan necesaria como imprescindible
Lo que no se evalúa se
devalúa. Es necesario evaluar como primer paso para lograr una mayor calidad en
las prácticas docentes.
No en vano se afirma que las formas que emplea un colegio
para evaluar reflejan las concepciones sobre el aprendizaje que éste tiene.
La evaluación no tiene
valor por sí misma, sino que debe estar al servicio de unas finalidades claras,
de unos objetivos bien definidos, de una metodología eficaz, etc. De esta forma en
que evaluamos, los alumnos son receptores, meros espectadores del proceso
evaluativo y no agentes de evaluación.
¿Cuántos centros escolares o
cuantos profesores toman medidas
sobre su acción pedagógica a partir de la información que nos da la evaluación?
Pocos. Siempre es el alumno el que debe cambiar para mejorar sus resultados:
estudiar más, hacer los deberes, esforzarse, trabajos extra, clases
particulares… ¿No debería el profesor y el centro modificar algún aspecto que
beneficie el aprendizaje de sus alumnos? ¿Implementar otros métodos que
respeten los ritmos de aprendizaje, diversificar y enriquecer la evaluación,
diseñar múltiples tareas para satisfacer las múltiples formas de aprender de
nuestros alumnos, modificar los recursos
didácticos, potenciar la actividad en el aula…?
Las
notas son el instrumento y no el objetivo. La calidad de los
aprendizajes no puede medirse con un número.
¿Tiene mucha importancia que un alumno conteste perfectamente (con un
sobresaliente) un examen donde la única exigencia sea reproducir un contenido
de un libro de texto, una definición o un concepto? Da información sobre si
tiene buena memoria y repite fielmente lo que aparece en la lección, pero ¿eso
es aprender? ¡Cuidado con ese engaño que
consiste en identificar aprobar con saber! Lo preocupante en España no es el
número de suspensos o los que abandonan el sistema educativo (siendo
preocupante ese 30% que no tiene sitio en este sistema y al que calificamos
como “fracaso escolar”), creo que es
más peligroso el ejército de alumnos que
aprueban sin saber nada o sabiendo muy poco.
El ejemplo de Finlandia: el
país líder en resultados según todas las
evaluaciones internacionales como PISA
En sentido estricto, la evaluación escolar en Finlandia, es
motivadora. Hasta los 9 años los alumnos no son evaluados con notas. Desde esa
edad los alumnos son evaluados por primera vez, pero sin emplear cifras.
Después no hay nada nuevo hasta los 11 años. Es decir que en el período
equivalente a nuestro 5º año básico… los niños sólo pasan por una única
evaluación.
Esto significa que la adquisición de los
conocimientos fundamentales puede hacerse sin la tensión de las notas y
controles y sin estigmatizar a los alumnos más lentos. Cada uno puede progresar
a su ritmo…sin darse cuenta si no sigue al ritmo requerido por las exigencias
académicas… Nos referimos a ese sentimiento de deficiencia o incluso de
"inutilidad" que produce tantos fracasos escolares posteriores; esa
imagen deteriorada de sí mismo, que, para muchos alumnos, implica que los
primeros pasos escolares por el camino del conocimiento generen a
menudo…angustia y sufrimiento.
Finlandia ha elegido confiar en la curiosidad de
los niños y en su sed natural de aprender.
Las notas en esta fase no serían más que un
obstáculo. Ello, por supuesto, no excluye informar a las familias regularmente
sobre los progresos de sus niños. Por ejemplo, en una escuela local se envían
boletines informativos dos veces al año. Las notas expresadas en cifras
aparecen en el 6º año, cuando los niños
ya tienen 13 años.
¿Dando ejemplo?
Uno de los
datos más significativos en este asunto es que los estudios internacionales (en
este caso, TALIS) muestran cómo el profesorado declara que nunca ha sido
evaluado y el dato de España es de los más altos. Tampoco la mayoría de los
centros escolares, más allá de la rutina de la “Memoria” y otro papeleo
burocrático e inútil: horarios ficticios, programaciones copiadas....Y es que, una vez aprobada la oposición, no hay más
evaluación de nuestra práctica docente. No
hay una cultura evaluadora en España para actualizar y mejorar la acción
docente. Cuando hablamos de evaluación siempre nos referimos a la evaluación
del alumno, situándonos además frente a ellos; responsabilizando, cuando no
culpabilizando, en exclusiva a los alumnos de los resultados de su aprendizaje. Más injusto aun cuando no les permitimos
intervenir en ese proceso de evaluación, sino que siguen siendo agentes
pasivos, espectadores de su propio aprendizaje.
CONCLUSIONES:
1- Que la evaluación no puede separarse del proceso de aprendizaje, forma parte de él.
Las tareas de evaluación deberían integrarse de verdad en el proceso de
aprendizaje terminando de una vez con las “evaluaciones terminales”, entendidas
como fin de un proceso de enseñanza o “trimestre”. No debemos separar el tiempo
en que se enseña y el tiempo en que se
demuestra lo que se ha aprendido (evaluación). Si aceptamos que la cuestión
esencial no es averiguar quiénes son capaces de hacer las cosas bien y quiénes
no, sino lograr que la gran mayoría consiga hacerlas bien, es decir, si
aceptamos que el papel fundamental de la evaluación es incidir positivamente en
el proceso de aprendizaje, es preciso concluir que ha de tratarse de una
evaluación a lo largo de todo el proceso y no de valoraciones terminales
2-
Que
los profesores no podemos situarnos en la evaluación frente a los alumnos, como
si no tuviéramos nada que ver: Nuestro lugar es más junto a ellos, codo con
codo, y no cara a cara. La evaluación no
es un instrumento de constatación de resultados, es también y, sobre todo, un instrumento
de intervención educativa.
3- Si realmente se pretende hacer
de la evaluación un instrumento de seguimiento y mejora del proceso, es
preciso no olvidar que se trata de una actividad colectiva, de un proceso de
enseñanza/ aprendizaje en el que el papel del profesor y el funcionamiento del
centro constituyen factores determinantes. La
evaluación ha de permitir, pues, incidir en los comportamientos y actitudes del
profesorado. Ello supone que los estudiantes tengan ocasión de discutir
aspectos como el ritmo que el profesor imprime al trabajo o la manera de
dirigirse a ellos, o explicar o plantear las actividades. Y es preciso evaluar
también el propio currículo, con vistas a ajustarlo a lo que puede ser
trabajado con interés y provecho por los alumnos y alumnas. En Primaria, tenemos un currículo absurdo y
excesivo. Los objetivos de esta etapa se pueden resumir
en lecto-escritura correcta,
adecuada comprensión verbal, adquisición de automatismos matemáticos
básicos y un hábito de estudio correcto. Lo básico de la
educación básica. Dotar a nuestros alumnos de estrategias y recursos para
aprender a aprender y a los profesores, a aprender a emprender
nuevas prácticas innovadoras.
De
esta forma los estudiantes aceptarán mucho mejor la necesidad de la evaluación
que aparecerá realmente como un instrumento de mejora de la actividad
colectiva.
4- Que debemos cuestionar y relativizar la
importancia de las calificaciones escolares. Debemos salir de ese juego tramposo, de esa espiral absurda
de identificar las “buenas” notas con el éxito y las “malas” con el fracaso. Que
hay que enriquecer las notas con valoraciones y descripciones de logros y
dificultades. Desgraciadamente, en ese juego también jugáis las familias: padres que solo miran el número de Insuficientes; padres que si está todo aprobado se dan por satisfechos sin intentar ir más allá; padres que no acuden al colegio a hablar con los profesores de su hijo "porque va bien" ( y otros, hay que decir, aunque vaya mal); padres que "exigen" una determinada nota a sus hijos con una presión excesiva; padres que "premian" con regalos las buenas notas de sus hijos cuando tan solo han cumplido con su deber; un juego, en definitiva, que valora a los alumnos más por lo que hacen que por lo que son. Muchos no os veréis identificados con estas palabras y lo entiendo, hay familias y padres que no juegan a esto y , vaya por delante, que no pongo en duda las buenas intenciones de todos de unos y otros
5- Que toda evaluación lo es si conlleva toma de decisiones en todas
direcciones: alumnos, familias y profesores, todos en sus ámbitos, debemos
evaluar para modificar e introducir mejoras.
6- Que las notas, tal y como están
concebidas, no contribuyen a la mejora
de la calidad del sistema ni a transmitir una idea correcta de qué es el
aprendizaje . En Primaria sería deseable una eliminación
de las notas escolares, y sustituirlas por una evaluación realmente
formativa, como hacen ya en otros países europeos de referencia mundial. No
hablamos de entelequias o de ciencia ficción. En muchos países europeos, con
sistemas educativos de reconocido prestigio, ya se hace. Y la ley lo permite: ¿dónde dice que tengamos que entregar ese boletín que sale del programa informático? Dice literalmente, "de acuerdo con los modelos establecidos por el centro? Mi propuesta es ESTABLECER un modelo de evaluación diferente al que tenemos ahora.
La ley (Orden 1028/2008 de 29 de febrero de la Comunidad de Madrid, que regula la Evaluación en Primaria)
Solo obliga a que se indiquen las notas en el informe por escrito de la evaluación final y la promoción a otro curso (punto 2). Sin embargo, habla de comunicación fluida, de eficacia, de información más específica,... ¿cumplimos eso con nuestros boletines? ¿por qué no eliminar las notas hasta final de curso cambiándolas por un informe exhaustivo del proceso de aprendizaje del alumno?
7- Que debemos optar por una escuela integradora
e inclusiva. Que la excelencia sin equidad, se llama elitismo. ¿Cuánta marginación podría evitarse con
evaluaciones más completas? ¿Cuánto sufrimiento y ‘nuevas enfermedades’ (TDA,
TDH, dislexia, estrés y depresión infantil, trastornos alimenticios, etc)
desaparecerían con otros modelos de evaluar? ¿Cuándo dejaremos de clasificar
a las personas por la medición de una ínfima parte de sus capacidades? ¿Cuándo empezaremos a fomentar y
evaluar ‘otras’ (no sólo las cognitivas) capacidades? ¿Cuándo empezaremos
a desarrollar modelos de colaboración en lugar de modelos de competencia cada
vez más agresiva?
8- Que
entre las pocas “medidas” que tomamos solemos decantarnos por la repetición (de
nuevo, el problema lo tiene el alumno en exclusiva). España tiene un 35% de
tasa de repetición, una de las más altas de Europa. En muchos países, no existe
la repetición en Primaria. Todos los
estudios e investigaciones demuestran que la repetición es casi siempre
ineficaz; solo sirve cuando se modifica el contexto en que se sitúa al alumno
repetidor para que lo último que haga sea “repetir” nada. Todo ha de ser nuevo,
la mera estancia un año más no garantiza ninguna mejora en el aprendizaje. Un asunto controvertido que deberíamos, al
menos, debatir reflexivamente.
9- Como docentes tenemos que ayudar a los
padres a comprender el significado de
las calificaciones escolares mediante otros instrumentos de evaluación y a buscar
estrategias conjuntas de actuación
para realzar las fortalezas y reforzar puntos débiles (y no solos ante
los suspensos). No creo que las notas, tal y como os las entregamos, sirvan para "informar" realmente de cómo va vuestro hijo, de sus logros y dificultades, de sus relaciones sociales, de sus estrategias de aprendizaje, de sus valores personales y sociales, de sus necesidades cognitivias, de su potencial aprendiz, de su integración social...y tantas otras cosas.
10- Dime qué y cómo evalúas y te diré qué y
cómo enseñas (y qué y cómo tus alumnos aprenden).