sábado, 20 de diciembre de 2014

VUELVEN LAS NOTAS POR NAVIDAD



Llegó Diciembre: la Navidad, el frío y… las notas escolares. Diciembre es tiempo de calificaciones y todos los años las notas vuelven a casa por Navidad.  La evaluación sigue marcando los ritmos en nuestras escuelas. Dividimos los tiempos escolares en evaluaciones. Llegó la primera evaluación: 19 de diciembre de 2014.  Junto a villancicos y turrones, llegan las notas, los exámenes, los controles, los trabajos,…para los alumnos, claro. Porque la evaluación llega sólo para ellos, nuestros alumnos. La evaluación de los profesores y los centros escolares puede esperar….de aquí a la eternidad, incluso.

Y con los primeros villancicos,  los docentes nos enfrentamos a la tarea (compleja y controvertida tarea)  de plasmar en un papel, a través de un número, el progreso de cada alumno/a, los avances y logros conseguidos, las dificultades encontradas. En el mejor de los casos, incluiremos, junto a ese suficiente o notable, algunas valoraciones sobre el rendimiento del alumno o algún consejillo junto a un entrañable “Feliz Navidad”.

Los alumnos y las familias esperías ansiosamente y con nervios “el gran día”: la entrega de las calificaciones.  Alegría, felicitaciones y fiesta o, bien, castigo, enfados y reproches. Esas serán las consecuencias del día D, hora H.  Y es que las notas se han convertido, desde siempre, en un momento decisivo en la percepción que tenemos del sistema educativo y en referencia para valorar si los niños y niñas “van bien” en la escuela.  

Y es curioso, que siendo la escuela uno de los lugares donde más se evalúa y califica, sea uno de los sitios donde menos se cambia o se cambia más lentamente.  Pensad en un cirujano de hace 60 o 70 años que quisiera volver a ejercer. Los avances científicos, médicos y tecnológicos se lo impedirían. ¿Y si un profesor volviera a dar clase, tras esos 70 años? Podría empezar como dijo Fray Luis de León tras sus años de ausencia, con su… “Decíamos ayer…”, las clases no han cambiado mucho y podría ejercer en nuestras escuelas sin mucha dificultad. ¿Esto no nos hace recapacitar sobre qué sucede en nuestras aulas?

 La evaluación tal y como la realizamos deja al descubierto  muchas preguntas ante las dificultades de tipo técnico y, sobre todo, de tipo ético.

Normalmente los profesores utilizamos controles, exámenes, salir a la pizarra, observación, revisión de cuadernos…aunque el principal instrumento es la realización de controles o pruebas escritas.  Todos, a buen seguro, nos consideramos justos y ecuánimes a la hora de evaluar. Las notas son una estrategia fuertemente institucionalizada que resulta difícil desplazar por otros procedimientos. 

 De hecho hay docentes y escuelas que llevan a cabo experiencias innovadoras referidas a contenidos, metodología, organización del aula,… pero cuando llega el momento de evaluar....volvemos al “separar las mesas, no podéis hablar, tenéis 45 minutos, silencio”. La vida del aula se ve transformada cuando llega la evaluación: cada alumno en su lugar, el silencio imperante, el nerviosismo, las dudas, la negación de cualquier movimiento o conducta que pudiera resultar sospechoso; el miedo. Las evaluaciones son vividas con miedo, con preocupación y con nerviosismo.  Es, supuestamente, el momento clave donde nuestros alumnos van  a demostrar “lo que saben” y lo que marcará, para bien o para mal, buena parte de su futuro. 

¿Para qué evaluar?

¿Y todo esto para qué? En primer lugar, para clasificar  al alumnado. Las notas cumplen una función de selección y clasificación entre “buenos” y “malos” alumnos, en cierto modo, entre “vencedores” y “perdedores” porque para ser el mejor o el primero de la clase, alguien debe ser el último o el peor. Seguimos etiquetando a los alumnos con respecto a su grupo y así son notables o sobresalientes. Sirven para promocionar a los que “valen” para estudiar y los que no.  Incluso cuando intentas no caer en esa tentación te encuentras con la incomprensión de muchas familias. Quizá tú mismo, que lees estas líneas. Aunque quizá no te hayas parado a reflexionar sobre las notas escolares. Te invito a continuar y compatir esta reflexión juntos.

 Clasificar se ha convertido en una demanda social.  Es la manera de saber “cómo va” tu hijo. ¿Pero y ese notable sería igual  si el alumno estuviera  en otro grupo? ¿Y con otro profesor? ¿Qué información os aporta a unos padres o al mismo alumno que esté mejor o peor que otros compañeros? ¿Reflejan realmente las notas el rendimiento de un niño desde un punto de vista de su formación integral, que, en Primaria, es nuestra meta educativa?
En primer lugar, habría que ponerse de acuerdo en los términos: qué entendemos por “aprendizaje”, qué es para nosotros el “rendimiento” y en qué consiste “evaluar”.  Y no es tarea fácil.

¿Qué evaluamos?
¿qué estamos evaluando? La mayoría de los docentes programamos las unidades didácticas mediante contenidos a enseñar o siguiendo las lecciones del libro o de la guía didáctica; así que, probablemente, evaluemos contenidos. Ya sé que algunos dirán que evaluamos toda clase de contenidos: conceptuales, procedimentales y actitudes y me hablarán de los tipos de evaluación, etc., etc... Pero, seamos sinceros, al final los controles miden lo que miden.  Los alumnos lo saben bien.  Y los padres también. Lo que no se evalúa no tiene importancia. Lo que “entra” en el examen es lo esencial. ¿Esos resultados serían así, de evaluar otras cosas: capacidades o competencias? Quizá con nuestras decisiones sobre qué evaluar estemos transmitiendo una idea del aprendizaje equivocada (que choca frontalmente con las orientaciones que marca, por ejemplo, PISA), un aprendizaje memorístico y repetitivo, donde el volcado del conocimiento tal  y como “dice” el libro de texto o los apuntes del profesor, se valora como aprobado.

Las notas miden lo que miden. Ni más ni menos. Miden los conocimientos que los alumnos han adquirido en las distintas materias; pero aquellos conocimientos que pueden medirse y que han querido medirse. Con objeto de garantizar dicha objetividad se limita la evaluación a lo más fácilmente medible, evitando todo lo que pueda dar lugar a respuestas imprecisas. Hay una parte importante en la formación integral de un niño que no se mide con las notas: los planteamientos cualitativas, necesariamente imprecisos, con que se abordan las situaciones problemáticas, la invención de hipótesis,  su capacidad de reflexión, su pensamiento crítico, su creatividad, los valores sociales y personales, la sensibilidad artística, su capacidad creadora, su originalidad, … No podemos seguir considerando las notas como un fin. Todo el trabajo de un trimestre no puede reducirse, ni terminarse con un número en un papel. La evaluación es el medio para llegar al fin: el logro de los objetivos escolares. La evaluación nos ayuda a los profesores a mejorar el proceso de enseñanza y debe ayudar al alumno a mejorar su proceso de aprendizaje: a superar dificultades, a aplicar otras estrategias, a diseñar otro plan de acción, a modificar su actividad.

No digo yo que aquella evaluación no haya que hacerla. Incluso estos controles escritos pueden ser positivos pero creo que debemos analizar su estructura, el modo de presentación, el tipo de conocimiento que persigue…Unas preguntas que suelen buscar un conocimiento lineal, convergente y sobre todo, encapsulado en los contenidos del libro de texto o del cuaderno. El conocimiento dista mucho de ser un conocimiento fundamentado en la confrontación, el contraste, el análisis, y la reelaboración; es un conocimiento automatizado, edificado a partir de la repetición y la reproducción de esquemas establecidos.  Claro que sí, la evaluación también incumbe al aprovechamiento que el alumno realiza en el aula. Lo que digo es que ésa no es la única finalidad y, desgraciadamente, en la práctica,  suele serlo. De hecho, las únicas medidas que se toman son darle ciertas recomendaciones a la familia como “tiene que estudiar más”, “no se esfuerza”, “es un vago”, “no hace los deberes”, ..Si fuera así, qué fácil sería todo. Pero creo que no lo es.

Podríamos hablar también de la misma fiabilidad y validez de los instrumentos de evaluación. La confección de una prueba o examen no es tan sencilla como parece y exige conocimientos de estadística tanto para su elaboración como para su corrección.   Hay dudas más que razonables sobre la validez, fiabilidad y coherencia de los exámenes o pruebas y si miden lo que dicen medir. La corrección, igualmente, se realiza sin rúbricas de evaluación o indicadores de logro; tan solo con la apreciación del profesor, casi “a ojo de buen cubero” o con referencia al enunciado del libro de texto. Cada profesor establece sus propios criterios y procedimientos de evaluación y tiene un nivel personal de exigencia.  Algunos docentes usan las notas para intentar regular la conducta de los alumnos, otros para sancionar, otros como supuesta motivación para el esfuerzo,… Son numerosos los estudios que confirma la subjetividad de la evaluación a pesar de utilizar estándares  evaluables. ¿Qué parte de la nota corresponde no al esfuerzo del alumno sino  a otros factores: el método de enseñanza utilizado, los recursos disponibles, los contenidos escolares, el nivel de exigencia, las expectativas del profesor, la confección de las pruebas, el tipo de evaluación realizada, la propia definición de las metas educativas?

 Por una parte, esos estudios muestran hasta qué punto las valoraciones están sometidas a amplísimos márgenes de incertidumbre y, por otra, hacen ver que la evaluación constituye un instrumento que afecta muy decisiva­mente a aquello que pretende medir; dicho de otro modo, los profesores no sólo nos equivocamos al calificar sino que influimos decisivamente en las calificaciones: nuestras expectativas, nuestras concepciones, nuestros métodos, nuestras decisiones sobre qué y cómo enseñar y qué y cómo evaluar marcan también el rendimiento académico de los alumnos.

¿Cuándo evaluar?

No ya en qué momentos del curso (ya, ya  sé que la evaluación es inicial, sumativa y final, continua, de diagnostico…bla, bla, bla…). Pero seguimos dividiendo el curso escolar en evaluaciones con su correspondiente entrega de boletines de calificaciones.  Hacer esto conlleva separar la evaluación de los procesos de aprendizaje y situarla al final del camino, como rendición de cuentas exclusivamente. Hemos confundido la “evaluación continua” (que ya establecía la Ley General del 70) con “estar continuamente evaluando”. Además, ya desde pequeños podemos ver alumnos de 6 o 7 años con exámenes calificados con notas, incluso con decimales. Así lo indica nuestra nueva y brillante ley educativa y no parece que a las familias os provoque ningún problema.

 La evaluación es el instrumento básico que tiene el profesor para ayudar a sus alumnos, independientemente de cuándo realice esa evaluación. Si queremos de verdad que la evaluación se integre en el proceso de aprendizaje, hagámoslo. Dejemos de enfrentar a los alumnos a esas situaciones de control, donde les sentamos solos delante de su hoja en la que supuestamente demostrará sus conocimientos adquiridos. Seguimos separando los momentos de las tareas de enseñanza con el momento de la evaluación.

Se buscan resultados medibles y casi de forma inmediata. Tema explicado, tema evaluado. Así, un trimestre puede convertirse en una colección de notas por cada tema y esta estrategia condena a los procesos de reflexión, análisis, interpretación, debate e investigación (procesos de construcción de un pensamiento crítico y autónomo) a mantenerse en situación de espera. El resultado: curriculums inmaculados y escasas competencias.



La evaluación: tan necesaria como imprescindible

Lo que no se evalúa se devalúa. Es necesario evaluar como primer paso para lograr una mayor calidad en las prácticas docentes.
No en vano se afirma que las formas que emplea un colegio para evaluar reflejan las concepciones sobre el aprendizaje que éste tiene.

La evaluación no tiene valor por sí misma, sino que debe estar al servicio de unas finalidades claras, de unos objetivos bien definidos, de una metodología eficaz, etc. De esta forma en que evaluamos, los alumnos son receptores, meros espectadores del proceso evaluativo y no agentes de evaluación.

¿Cuántos centros escolares o cuantos profesores toman medidas sobre su acción pedagógica a partir de la información que nos da la evaluación? Pocos. Siempre es el alumno el que debe cambiar para mejorar sus resultados: estudiar más, hacer los deberes, esforzarse, trabajos extra, clases particulares… ¿No debería el profesor y el centro modificar algún aspecto que beneficie el aprendizaje de sus alumnos? ¿Implementar otros métodos que respeten los ritmos de aprendizaje, diversificar y enriquecer la evaluación, diseñar múltiples tareas para satisfacer las múltiples formas de aprender de nuestros alumnos,  modificar los recursos didácticos, potenciar la actividad en el aula…?

Las notas son el instrumento y no el objetivo. La calidad de los aprendizajes no puede medirse con un número.  ¿Tiene mucha importancia que un alumno conteste perfectamente (con un sobresaliente) un examen donde la única exigencia sea reproducir un contenido de un libro de texto, una definición o un concepto? Da información sobre si tiene buena memoria y repite fielmente lo que aparece en la lección, pero ¿eso es aprender?  ¡Cuidado con ese engaño que consiste en identificar aprobar con saber! Lo preocupante en España no es el número de suspensos o los que abandonan el sistema educativo (siendo preocupante ese 30% que no tiene sitio en este sistema y al que calificamos como “fracaso escolar”), creo que es más peligroso el ejército de alumnos que aprueban sin saber nada o sabiendo muy poco.

El ejemplo de Finlandia: el país líder en resultados según  todas las evaluaciones internacionales como PISA
En sentido estricto, la evaluación escolar en Finlandia, es motivadora. Hasta los 9 años los alumnos no son evaluados con notas. Desde esa edad los alumnos son evaluados por primera vez, pero sin emplear cifras. Después no hay nada nuevo hasta los 11 años. Es decir que en el período equivalente a nuestro 5º año básico… los niños sólo pasan por una única evaluación. 

Esto significa que la adquisición de los conocimientos fundamentales puede hacerse sin la tensión de las notas y controles y sin estigmatizar a los alumnos más lentos. Cada uno puede progresar a su ritmo…sin darse cuenta si no sigue al ritmo requerido por las exigencias académicas… Nos referimos a ese sentimiento de deficiencia o incluso de "inutilidad" que produce tantos fracasos escolares posteriores; esa imagen deteriorada de sí mismo, que, para muchos alumnos, implica que los primeros pasos escolares por el camino del conocimiento generen a menudo…angustia y sufrimiento.

Finlandia ha elegido confiar en la curiosidad de los niños y en su sed natural de aprender.

Las notas en esta fase no serían más que un obstáculo. Ello, por supuesto, no excluye informar a las familias regularmente sobre los progresos de sus niños. Por ejemplo, en una escuela local se envían boletines informativos dos veces al año. Las notas expresadas en cifras aparecen  en el 6º año, cuando los niños ya tienen 13 años.


¿Dando ejemplo?

Uno de los datos más significativos en este asunto es que los estudios internacionales (en este caso, TALIS) muestran cómo el profesorado declara que nunca ha sido evaluado y el dato de España es de los más altos. Tampoco la mayoría de los centros escolares, más allá de la rutina de la “Memoria” y otro papeleo burocrático e inútil: horarios ficticios, programaciones copiadas....Y es que, una vez aprobada la oposición, no hay más evaluación de nuestra práctica docente. No hay una cultura evaluadora en España para actualizar y mejorar la acción docente. Cuando hablamos de evaluación siempre nos referimos a la evaluación del alumno, situándonos además frente a ellos; responsabilizando, cuando no culpabilizando, en exclusiva a los alumnos de los resultados de su aprendizaje.  Más injusto aun cuando no les permitimos intervenir en ese proceso de evaluación, sino que siguen siendo agentes pasivos, espectadores de su propio aprendizaje.





CONCLUSIONES:


 1-    Que la evaluación no puede separarse del proceso de aprendizaje, forma parte de él. Las tareas de evaluación deberían integrarse de verdad en el proceso de aprendizaje terminando de una vez con las “evaluaciones terminales”, entendidas como fin de un proceso de enseñanza o “trimestre”. No debemos separar el tiempo en que se enseña  y el tiempo en que se demuestra lo que se ha aprendido (evaluación). Si aceptamos que la cuestión esencial no es averiguar quiénes son capaces de hacer las cosas bien y quiénes no, sino lograr que la gran mayoría consiga hacerlas bien, es decir, si aceptamos que el papel fundamental de la evaluación es incidir positivamente en el proceso de aprendizaje, es preciso concluir que ha de tratarse de una evaluación a lo largo de todo el proceso y no de valoraciones terminales

 2-    Que los profesores no podemos situarnos en la evaluación frente a los alumnos, como si no tuviéramos nada que ver: Nuestro lugar es más junto a ellos, codo con codo, y no cara a cara. La evaluación no es un instrumento de constatación de resultados, es también y, sobre todo, un instrumento de intervención educativa.

 3-    Si realmente se pretende hacer de la evaluación un instru­mento de seguimiento y mejora del proceso, es preciso no olvidar que se trata de una actividad colectiva, de un proceso de enseñanza/ aprendizaje en el que el papel del profesor y el funcionamiento del centro constituyen factores determinantes. La evaluación ha de permitir, pues, incidir en los comportamientos y actitudes del profesorado. Ello supone que los estudiantes tengan ocasión de discutir aspectos como el ritmo que el profesor imprime al trabajo o la manera de dirigirse a ellos, o explicar o plantear las actividades. Y es preciso evaluar también el propio currículo, con vistas a ajustarlo a lo que puede ser trabajado con interés y provecho por los alumnos y alumnas.  En Primaria, tenemos un currículo absurdo y excesivo. Los objetivos de esta etapa se pueden resumir en lecto-escritura correcta, adecuada comprensión verbal, adquisición de automatismos matemáticos básicos y un hábito de estudio correcto. Lo básico de la educación básica. Dotar a nuestros alumnos de estrategias y recursos para aprender a aprender y a los profesores, a aprender a emprender nuevas prácticas innovadoras. De esta forma los estudiantes aceptarán mucho mejor la necesidad de la evaluación que aparecerá realmente como un instrumento de mejora de la actividad colectiva.

 4-    Que debemos cuestionar y relativizar la importancia de las calificaciones escolares. Debemos salir de ese juego tramposo, de esa espiral absurda de identificar las “buenas” notas con el éxito y las “malas” con el fracaso. Que hay que enriquecer las notas con valoraciones y descripciones de logros y dificultades. Desgraciadamente, en ese juego también jugáis las familias: padres que solo miran el número de Insuficientes;  padres que si está todo aprobado se dan por satisfechos sin intentar ir más allá; padres que no acuden al colegio a hablar con los profesores de su hijo "porque va bien" ( y otros, hay que decir, aunque vaya mal); padres que "exigen" una determinada nota a sus hijos con una presión excesiva; padres que "premian" con regalos las buenas notas de sus hijos cuando tan solo han cumplido con su deber;  un juego, en definitiva, que valora a los alumnos más por lo que hacen que por lo que son. Muchos no os veréis identificados con estas palabras y lo entiendo, hay familias y padres que no juegan a esto y , vaya por delante, que no pongo en duda las buenas intenciones de todos de unos y otros

 5-    Que toda evaluación lo es si conlleva toma de decisiones en todas direcciones: alumnos, familias y profesores, todos en sus ámbitos, debemos evaluar para modificar e introducir mejoras.

 6-    Que las notas, tal y como están concebidas, no contribuyen a la mejora de la calidad del sistema ni a transmitir una idea correcta de qué es el aprendizaje .  En Primaria sería deseable una eliminación de las notas escolares, y sustituirlas por una evaluación realmente formativa, como hacen ya en otros países europeos de referencia mundial. No hablamos de entelequias o de ciencia ficción. En muchos países europeos, con sistemas educativos de reconocido prestigio, ya se hace. Y la ley lo permite: ¿dónde dice que tengamos que entregar ese boletín que sale del programa informático? Dice literalmente, "de acuerdo con los modelos establecidos por el centro? Mi propuesta es ESTABLECER un modelo de evaluación diferente al que tenemos ahora.


      La ley  (Orden 1028/2008 de 29 de febrero de la Comunidad de Madrid, que regula la Evaluación en Primaria)



      Solo obliga a que se indiquen las notas en el informe por escrito de la evaluación final y la promoción a otro curso (punto 2). Sin embargo, habla de comunicación fluida, de eficacia, de información más específica,... ¿cumplimos eso con nuestros boletines? ¿por qué no eliminar las notas hasta final de curso cambiándolas por un informe exhaustivo del proceso de aprendizaje del alumno?

 7-    Que debemos optar por una escuela integradora e inclusiva. Que la excelencia sin equidad, se llama elitismo. ¿Cuánta marginación podría evitarse con evaluaciones más completas? ¿Cuánto sufrimiento y ‘nuevas enfermedades’ (TDA, TDH, dislexia, estrés y depresión infantil, trastornos alimenticios, etc) desaparecerían con otros modelos de evaluar? ¿Cuándo dejaremos de clasificar a las personas por la medición de una ínfima parte de sus capacidades? ¿Cuándo empezaremos a fomentar y evaluar ‘otras’ (no sólo las cognitivas) capacidades? ¿Cuándo empezaremos a desarrollar modelos de colaboración en lugar de modelos de competencia cada vez más agresiva? 

 8-    Que entre las pocas “medidas” que tomamos solemos decantarnos por la repetición (de nuevo, el problema lo tiene el alumno en exclusiva). España tiene un 35% de tasa de repetición, una de las más altas de Europa. En muchos países, no existe la repetición en Primaria.  Todos los estudios e investigaciones demuestran que la repetición es casi siempre ineficaz; solo sirve cuando se modifica el contexto en que se sitúa al alumno repetidor para que lo último que haga sea “repetir” nada. Todo ha de ser nuevo, la mera estancia un año más no garantiza ninguna mejora en el aprendizaje.  Un asunto controvertido que deberíamos, al menos, debatir reflexivamente.

 9-    Como docentes tenemos que ayudar a los padres a comprender el significado de las calificaciones escolares mediante otros instrumentos de evaluación  y a buscar estrategias conjuntas de actuación  para realzar las fortalezas y reforzar puntos débiles (y no solos ante los suspensos). No creo que las notas, tal y como os las entregamos, sirvan para "informar" realmente de cómo va vuestro hijo, de sus logros y dificultades, de sus relaciones sociales, de sus estrategias de aprendizaje, de sus  valores personales y sociales, de sus necesidades cognitivias, de su potencial aprendiz, de su integración social...y tantas otras cosas. 

 10- Dime qué y cómo evalúas y te diré qué y cómo enseñas (y qué y cómo tus alumnos aprenden).









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